lunes, 26 de marzo de 2012

¿Y cuando se acabe la imagen y empiece la política?


Una característica relevante de los electores en México es la expectativa que guardan respecto de sus gobiernos. Esperan más de lo que realmente las instituciones gubernamentales les pueden dar, fenómeno explicado en parte por nuestra poca experiencia democrática, pero sobre todo por la desigualdad socioeconómica que priva en el país.

En esta segunda parte de ¿Cómo serán las campañas en el 2012?, analizaremos como mientras México enfrenta grandes problemas económicos, de seguridad pública, educación y carencia de servicios básicos, los candidatos están ocupados en diseñar sus campañas de imagen. http://bit.ly/GA85yp

Un rasgo a considerar en México –y en América latina en general- es la gran desigualdad económica y social que existe entre su población. Mientras en Estados Unidos y Europa, el 20% de los habitantes más ricos recibe 42% del ingreso-consumo, en América latina 20% más rico es beneficiario del 62%.

Este desequilibrio afecta directamente la estructura socioeconómica de los países en América Latina. Chiquiar establece que en México, de acuerdo con la AMAI (Asociación Mexicana de Agencias de Investigación), el grueso de la población se concentra en forma desproporcionada en el segmento más pobre: 60% de población mexicana pertenece al nivel socioeconómico “D”.

Esta disparidad socioeconómica afecta la manera en que vota, si no la mayoría, sí una parte significativa de los electores mexicanos, factor suficiente como para inclinar la balanza electoral a favor de un candidato. Dentro de los electores del NSE “D” a menudo aflora la idea de que sus problemas se deben primordialmente a los gobiernos que nunca han ayudado a la población a salir adelante.

Esta desproporción en la distribución del ingreso tiene dos implicaciones. Por un lado, existe una presencia mayoritaria de los segmentos más pobres: los segmentos altos representan del 15 al 19%; las clases medias, del 26 al 29%; y las clases trabajadoras, del 52 al 59%(razones de voto http://bit.ly/H3MUrl ).

La otra implicación derivada de la disparidad socioeconómica es que existe una lógica de voto centrada en las necesidades de los electores. Estas necesidades se concentra básicamente en dos planos: por un lado, las carencias de obras y servicios públicos; y por otro, la necesidad de crecimiento individual, en la que predomina la aspiración de capacitación para un mejor empleo y, consecuencia, un mejor salario.

De ahí que los electores, dentro de esta lógica, esperan que los candidatos se comprometan a resolver problemas más allá de las posibilidades de las funciones gubernamentales. Tal visión irreal trae como consecuencia un pronto desencanto, que los induce a votar por un cambio de partido en la siguiente elección.

Este proceso presenta mucho más complejidades de las que se pueden describir aquí, por lo que siempre habrá excepciones. También depende de la forma en que se desempeñan los gobiernos. Es cierto que en México nuestra clase política no es de las más componente, y habrá otros casos en que la preferencia electoral no se manifieste de esta manera.  Sin embargo, en términos generales y tomando como unidad de análisis a los electores del NSE “D”, si se puede identificar esta característica.

Entre los electores del nivel NSE “D” es común encontrar una lógica de voto con visión centrada en sus necesidades inmediatas. Desde su óptica, el gobierno es responsable de la situación de pobreza en que viven, y  es por tanto obligación de los partidos y sus candidatos garantizar en el corto plazo mejores empleos, salarios, servicios públicos y la erradicación de la pobreza en general.

Por ello, una campaña exitosa depende de la capacidad que tienen los candidatos y partidos políticos de apelar a las expectativas y necesidades más urgentes de los electores. La clave, entonces, es conectar a los aspirantes con las necesidades del elector y generar expectativas reales de crecimiento individual y de beneficios concretos para él y su familia.

Lo cierto es que votar no tiene como resorte una necesidad fisiológica. Va a votar por un motivo de carácter simbólico.  Entonces la pregunta es ¿en qué piensa el elector cuando vota? ¿En la imagen de un candidato, en la super-producción televisiva, en quien tiene mayor capacidad para llenar un estadio de futbol, en quien moviliza a más ciudadanos en las calles, en quien gana la guerra del Twitter o de las bardas?

El elector mexicano vota por una razón de carácter simbólica-comunicacional que favorece a aquel candidato-partido que logró construir una razón de voto más sólida en su favor

martes, 20 de marzo de 2012

¿Cómo serán las campañas en 2012?


En el Congreso Nacional de Estudiantes de Ciencias Políticas y Administración Pública, celebrado en Campeche, México, expliqué que dependía de dos factores: 1) del ejercicio práctico de la comunicación política en las campañas mexicanas  y 2) de la estrategia que adopten los partidos políticos para polarizar con su opositor.  http://bit.ly/GA85yp  En este post me referiré al primero, a partir de tres prácticas:

A) Se seguirán haciendo campañas tradicionales.
Hay que reconocer que en México las campañas se siguen haciendo con puro olfato, basadas en el oficio político de los candidatos. Organizan sus equipos con base en las presiones políticas (de grupo o del Gobernador en turno) y no en las capacidades de los responsables de cada área. Ello genera que estas personas caigan en la simulación y  se la pasen todo el tiempo con el candidato, dejando a un lado su responsabilidad electoral.

En las campañas mexicanas no hay especialistas, pero si “ todólogos” que opinan incluso de aquello que desconocen como la comunicación política. Sigue existiendo una fuerte presencia de los “familiares incómodos”: el hermano, el hijo o la esposa del candidato que deciden sobre asuntos estratégicos.

El candidato se dedica únicamente al voto duro. Hay quien piensa que la elección se puede ganar por puro oficio, simplemente por conocer las “chicanas políticas” (operación tamal, ratón loco, carrusel, entre otras), por tener experiencia en cargos partidarios, ganar la guerra de las bardas, reunir encuestas a modo o tapizar las calles con las fotografías del candidato. (Sánchez Galicia http://on.fb.me/GBazgx )

B) Para esta elección, las reglas han cambiado.
Derivado de la reforma electoral de 2007, la contratación y distribución de los spots, por ejemplo, ya no será como en el 2006. Ahora los candidatos deberán enviar sus materiales al IFE, a través de su partido, para que les sean asignadas las pautas respectivas para su campaña. Obviamente el timing en el día a día  será diferente por la burocracia que significarán los trámites.

Se prohibieron las campañas negativas. La idea es evitar los ataques entre candidatos en la radio y la televisión, fomentar campañas con mas contenidos en los spots y propuestas que sean atractivas para los ciudadanos. Sin embargo, esta regulación no abarcará las redes sociales,  que se convertirán en el  nuevo  escenario de la guerra sucia.

Evitar durante el tiempo de campaña (ahora serán 90 días y no 130 como en 2006),  la difusión de los logros de gobierno. La reforma al 134 constitucional prohíbe a los servidores públicos la utilización de recursos del erario para su  promoción personal o la de sus candidatos.  Sólo se permite la publicidad oficial en casos de emergencias o desastres naturales (en 2009 coincidió la elección federal con el brote de Influenza H1N1).

“Este modelo, con campañas  cortas, sin negativas y con el control del IFE en la distribución de spots no hubiera permitido a Vicente Fox o a Felipe Calderón llegar a Los Pinos”, opina Roy Campos http://bit.ly/vadUXI y agrega “quien equipare esta campaña con las anteriores aún no entiende lo que hicieron los legisladores en 2007: modificaron las reglas”.

C) Algunos candidatos creen que con redes sociales ganarán la elección.
Sin duda, Twitter se ha convertido en arena fértil para ganar batallas políticas, porque ha demostrado ser un mecanismo para ejercer presión social en asuntos públicos. Sin embargo, se construye también como espacio codiciado para difundir “información falsa, basura política y contaminación social”.

De a acuerdo con la doctora Paola Ricaurte, en México la campaña electoral en redes se define por el simulacro. Y afirma que en estos meses se han identificado dos estrategias principales: la existencia de acarreados digitales (bots y no bots) y la creación de trendings topics. Ello deja al descubierto la falta de capacidad de los candidatos y la poca creatividad de sus asesores de campaña. http://bit.ly/wVxyy0

De acuerdo con Ricaurte, en el Simulacro 1 se reproduce la creencia de que el número de seguidores equivale al grado de aceptación social. Se pretende asentar en el imaginario colectivo que la diferencia de seguidores entre los candidatos equivale a las tendencias existentes entre los votantes.

El simulacro 2 se asocia con el primero a través de la producción de los hashtags de apoyo al candidato y la puesta en operación de bots para generar trendings topics.  Y clasifica a los acareados digitales como: a) acarreados fantamas (cuentas vacias), b) bots (programados para tuitear) y acarreados activos (pagados para tuitear) (Ricaurte 2011, http://bit.ly/ii9VmP)

Y a esta estrategia, reconoce la investigadora, se suma otra menos discutida pero igual de grave: los candidatos están para que los sigan y no para escuchar a los ciudadanos.

Las viejas prácticas en las campañas electorales, el desconocimiento de las reglas que configuran en nuevo modelo de comunicación política en México y la construcción de simulacros en las redes sociales, nos llevan a preguntarnos: ¿Qué va a pasar en los próximos meses?  ¿Y cuando dejemos la imagen para pasar a la política? ¿Quién dará respuesta a millones de mexicanos que no han visto resueltas sus necesidades más apremiantes?