Tuve la oportunidad de ver The Social Network en un viaje México-Nueva York y solo me quedó el recuerdo de la última escena del filme de David Fincher, cuando el personaje de Mark Zuckerberg intenta saber si su exnovia ha aceptado su solicitud de amistad, cuando en realidad a la joven ni siquiera le interesa el nuevo multimillonario más joven de la historia.
Esta nueva cibersociabilidad es la que está transformando nuestras vidas. Hoy, hablar con alguien es sinónimo de escribirle un pensamiento en su muro o enviarle un mensaje directo a su perfil en Facebook. Están también aquellos que prefieren comentar sus experiencias antes que vivirlas.
De acuerdo con Aruguete (2001), en la internet se establecen relaciones entre personas que no se conocen con el propósito de construir lazos afectivos como la búsqueda de pareja, amistad o compartir intereses afines. Y agrega que “las redes sociales dan al anónimo popularidad, al discriminado integración, al diferente igualdad, al carente de afecto nuevas relaciones”.
Una red social con especial éxito es Facebook. Sus cifras son sorprendentes: da hospedaje a más de 600 millones de usuarios, cada día se suman a esta red 670 mil personas, distribuye un billón de mensajes al día y en sus archivos guarda 10 billones de fotografías de sus suscriptores (Data Center Knowledge).
Pero ¿cómo entender estos datos duros en la nueva cibersociabilidad? Como entender el caso del amigo que va a una despedida de soltero y para presumir comenta: “Válgame Dios, está por empezar el show”; y a continuación alardea: “Le voy a pedir su teléfono a la stripper” en el apartado de ¿Qué estás pensando? en el Facebook y finalmente recibe un comentario de su esposa que le advierte: “Te espero en la casa, porque tenemos que hablar”.
O aquel amigo de mi amigo que twittea en pleno viernes social, cuando antes la sociabilidad –cara a cara– estaba en el antro, el restaurante, el café o la reunión en casa de los amigos o familiares y que, al despertar, en lugar de saludar a su familia lo hace en la red y dice que está feliz por iniciar un nuevo día; o cuando va a comer le saca foto a su platillo y lo comparte con sus cyber-amigos; o si esta triste, molesto, o incluso no se le ocurre nada, también lo comunica.
De esa obsesión por transmitir nuestras vidas han alertado los psicólogos, hasta cuyos consultorios han llegado los casos de quienes viven obsesionados por transmitir su quehacer diario. Por ejemplo, un estudio elaborado por psicólogos de la Universidad Napier de Edimburgo revela que las personas con más amigos en Facebook tienen más posibilidades de sentirse estresados o ansiosos por el uso del sitio.
El estudio en cuestión arrojó una serie de paradojas. Por un lado, hay una gran presión para estar en Facebook pero, para la mayoría, la recompensa es poca, contrario a lo que se dice sobre los beneficios positivos de estar en contacto con amigos y familiares. Otro enfoque compara a Facebook con los juegos de azar, que dejan a los usuarios con ansiedad después de que abandonan el sitio, ya que tienen miedo de perder información importante que pueda ofender a sus amigos. Incluso sienten una gran presión por intentar ser ingeniosos y divertidos en sus actualizaciones de estado o comentarios.
Otros datos interesantes son estos: el 12% de los encuestados dijo que Facebook les provoca ansiedad; 63% tarda en responder a solicitudes de amistad; 32% de los que rechazan solicitudes de amistad se sienten culpables y 10% admitió disgustarse por recibir esas solicitudes. Por su parte, el antropólogo Robin Dunbar opina que la cantidad de personas con quien alguien podría desarrollarse plenamente es de 150 y está determinado por el tamaño de la neocorteza cerebral y la capacidad de procesamiento.
Pero la metáfora del cibernauta sentado frente a su computadora y relacionándose virtualmente con sus contactos, en absoluta soledad, es una de las paradojas hacia la que nos dirigimos. Esa mayor sociabilidad podría ser más virtual que real, como la describe el filme Los Sustitutos, que deja planteada la duda de cuál es la realidad y cuál es la fantasía.
Este filme de Jonathan Mostow, protagonizado por Bruce Willis, aborda el tema de la tecnología versus la humanidad, y está orientado a la belleza física: esa aspiración de “verme y que se vea bien mi perfil”. La pregunta, en la nueva era digital de hacia dónde va la humanidad que pasa gran parte de su vida sentada frente a una computadora es: “¿acaso yo soy real y todo lo que veo no es más que un sueño?”
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